Cultura y cine documental. Una relación inherente
Este texto propone una construcción de los conceptos de cultura y de cine documental que favorece y evidencia una clara relación entre ambos. Por un lado, se desarrolla el concepto de cultura poniendo énfasis en el valor simbólico y en su función práctica de desarrollo en las sociedades actuales. Por otro se crea una definición de cine documental a varias voces que rescata conceptos en esta que han perdurado en el tiempo. Y en un tercer momento se presentan algunas formas representativas en las que el documental muestra su relación con la cultura.
JC Robles
2/17/202525 min read


Introducción
Tanto el concepto de cultura como el de cine documental tienen una gran variedad de acepciones, se han abordado y analizado desde diferentes ángulos o disciplinas en diversos momentos históricos, lo que ha resultado en una diversidad, a veces evolutiva de significaciones que sin duda han complejizado la definición de ambos conceptos. Pero sin importar la conceptualización ni desde que disciplina sea enunciada, las coincidencias y la relación entre cine documental y cultura es innegable, relación que le atañe –o al menos debería– importancia al cine documental dentro de una sociedad.
El presente artículo argumenta lo anterior estableciendo primero los conceptos de cultura y cine documental, para después desarrollar puntos específicos en los que desde la práctica se demuestra la relación factual entre los dos conceptos.
Primero se desarrolla una concepción de la cultura en la que se utiliza una definición contemporánea que abarca varios sentidos de lo que actualmente se considera como cultura, la definición de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [UNESCO]. Además, se resalta la concepción de la cultura como la dimensión simbólica de la sociedad que plantea Cliffor Geertz y que John B. Thompson y Gilberto Giménez enriquecen. Por último, se aborda el actual uso funcional de la cultura dentro de las sociedades globalizadas al que hace referencia García Canclini, pero sobre todo George Yudice en su texto la cultura como herramienta.
En un segundo momento se establece la definición de cine documental, se presenta el tema con una breve descripción histórica y se desarrolla una definición argumentada en autores como John Grierson, Bill Nichols y Carl Plantinga entre otros.
Ya constituidos los dos conceptos principales, en el tercer punto se argumenta la ilación entre ambos, en diferentes situaciones o formas en el que el documental se relaciona con la cultura y viceversa.
Cultura
El concepto de cultura es un concepto mudable, en constante reconstrucción –así como el del documental–, notoriamente complejo es polisémico y polivalente tanto como las disciplinas y los diferentes idiomas en los que se ha abordado a lo largo de la historia.
Ya que no es objetivo del presente texto ocuparse de la concepción histórica de la cultura, solo se menciona que la gran variedad de usos y complicaciones de la definición de cultura se le atribuyen a la complejidad y evolución del mismo ser y quehacer humano, tanto en su pensamiento como en su actuar, que se van modificando en sí mismos a lo largo del tiempo, a medida que las mismas necesidades culturales ––las propias y las de otros cuando estas trastocan las nuestras–– y ambientales lo van propiciando o en su caso exigiendo.
La primera definición de cultura que se aborda es la que, en la conferencia mundial sobre políticas culturales, realizada en México en el año 1982, la comunidad internacional contribuyó a construir, definición de cultura que desde entonces la UNESCO maneja:
La cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden. (UNESCO. 1982).
Si bien, esta definición de cultura puede estar sujeta a críticas por una supuesta falta de rigor académico, su perfil humanista y social va de acuerdo con el concepto y formas –como se verá más adelante– del documental de creación. Además, su idea de multiculturalidad y su objetivo reflexivo e incluso de trascendencia del ser humano, son adecuados para el acercamiento al cine documental, dotado este, de la necesidad de reflexión ya sea de una manera personal o en sociedad.
En la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, la UNESCO amplía su concepción de la cultura y resalta que “la diversidad cultural se fortalece mediante la libre circulación de las ideas y se nutre de los intercambios y las interacciones constantes entre las culturas” (UNESCO, 2013, pp. 4). En el mismo documento también reconoce “la importancia de los derechos de propiedad intelectual para sostener a quienes participan en la creatividad cultural” (UNESCO, 2013, pp. 4). En estos conceptos el cine documental tiene una relación directa como producto cultural sujeto a propiedad intelectual, pero sobre todo como vía o acceso a las ideas, costumbres e incluso conocimientos entre culturas y subculturas.
En el mismo documento también reconoce “la importancia de los derechos de propiedad intelectual para sostener a quienes participan en la creatividad cultural” (UNESCO, 2013, pp. 4). En estos conceptos el cine documental tiene una relación directa como producto cultural sujeto a propiedad intelectual, pero sobre todo como vía o acceso a las ideas, costumbres e incluso conocimientos entre culturas y subculturas.
El valor simbólico de la cultura
En cuanto al valor simbólico de la cultura Clifford Geertz es uno de los principales introductores de dicho pronunciamiento, en concordancia con el pensamiento de Max Weber, de que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido. Geertz aborda los fenómenos culturales bajo el análisis de la semiótica, explica que “la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser, por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones.” (Geertz, 1973, pp. 20).
En este sentido, la cultura es todos esos significados y significaciones que se le pueden dar al actuar de los individuos y los grupos –creaciones artísticas, objetos, comportamiento, expresiones representativas de diferentes tipos– que son transmitidos dentro de una sociedad.
Por su parte John B. Thompson (1993) argumenta que estas primeras concepciones del valor simbólico de la cultura no prestan la suficiente atención a las estructuras donde surgen y se insertan estas acciones simbólicas, estos significantes y significaciones. Por lo tanto, propone la concepción estructural de la cultura, dentro de la cual los fenómenos culturales pueden entenderse como formas simbólicas en procesos estructurados (Thompson, J. 1993). Thompson profundiza en las formas simbólicas y en su relación con la estructura de los contextos sociales en los cuales se producen y reciben.
Por otro lado, Gilberto Giménez comenta que los fenómenos culturales son estas formas simbólicas que se producen, transmiten y reciben en contextos socialmente estructurados y procesos históricamente específicos (Giménez, G. 2015). El simbolismo en la cultura no solo se encuentra en las acciones y productos de los grupos y las personas, sino también en el contexto social en el cual estos se generan, se transmiten y se consumen.
Este carácter simbólico de la cultura, encontrado en actividades prácticas e interpretativas propias del ser humano nos hace entendernos como tales y entender nuestro entorno. Ernst Cassirer (1945) argumenta que el ser humano no vive solamente en un universo físico, si no en un universo simbólico. Las prácticas culturales, como el arte, los mitos, el lenguaje y la religión son parte de los “hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana” (Cassirer E. 1945, pp. 26). Debido a la riqueza y diversidad de estas formas simbólicas de la vida cultural humana –a diferencia del resto de los animales–, Cassirer define al ser humano como “animal simbólico” y plantea que gracias a esto podemos designar su diferencia y comprender el camino de la civilización (Cassirer E. 1945).
Por lo tanto, parce especialmente relevante el valor simbólico de la cultura, pues, aunque esta es y debe ser vista como generadora de bienes de diferente índole –como se verá en el siguiente punto–, entre ellos el económico, la realidad es que el campo cultural en México tiene diferentes prácticas –entre ellas el cine documental o gran parte de este– que escapan del interés económico o de las lógicas de mercado, de menos como un interés primario. Así pues, este valor simbólico le da a la cultura múltiples funciones y un peso específico en el desarrollo y bienestar de las sociedades actuales.
La cultura como herramienta
El último punto de interés en la acepción de cultura que se presenta es lo que anteriormente se mencionó como el uso funcional de la cultura, es a lo que George Yudice llama el recurso de la cultura y que se refiere al uso, cada vez más frecuente, de la cultura como un medio para el mejoramiento social, político, económico, artístico, de las comunidades. (Yudice, 2002). Esta idea le da un peso específico a la cultura y su gestión en el desarrollo de las sociedades.
Esta concepción performativa de la cultura que menciona Yudice, va más allá de la idea de ver a la cultura como “caja de herramientas” que presenta Ann Swidler (1986), donde en términos generales, dice que la cultura proporciona un repertorio de valores, hábitos, habilidades, a partir de los cuales las personas desarrollan estrategias de acción en determinados periodos culturales. En su visión holística de la función de la cultura, George Yudice también menciona como un recurso su valor simbólico. Refiriéndose a ello menciona que:
el concepto de recurso absorbe y anula las distinciones, prevalecientes hasta ahora, entre la definición de alta cultura, la definición antropológica y la definición masiva de cultura. La alta cultura se torna un recurso para el desarrollo urbano en el museo contemporáneo (por ejemplo, el Guggenheim de Bilbao). Los rituales, las practicas estéticas cotidianas tales como canciones, cuentos populares, cocina, costumbres y otros usos simbólicos son movilizados también como recursos en el turismo y en la promoción de industrias que explotan el patrimonio cultural. Las industrias de la cultura masiva, sobre todo las concernientes al entretenimiento y a los derechos de autor, que han integrado progresiva y verticalmente la música, el filme, el video, la televisión, las revistas, la difusión satelital y por cable, son las que más contribuyen al producto bruto nacional de Estados Unidos. (Yudice, 2002, pp. 16).
Como punto aparte cabe mencionar, aunado a la afirmación de Yudice sobre el PIB en Estados Unidos, que en México según datos preliminares del Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI] –actualizados el 11 de febrero de 2025– en 2023 la cultura en México representó el 2.7% del Producto Interno Bruto [PIB], (820, 963 millones de pesos).
A medida que los avances tecnológicos permitieron la sistematización, tanto en la producción como en la comunicación de procesos, productos culturales y de su valor simbólico, fue que la sociología y luego la economía se dieron cuenta de la contribución de la cultura al desarrollo social.
Hablar de cultura dejó de ser solo hablar productos de valor excepcional o artístico y comenzó a analizarse la producción, la circulación y el consumo de los procesos creativos no solo en las artes, sino en prácticamente todo el espectro de la vida cotidiana. “La cultura pasó a ocupar un lugar reconocido en el ciclo económico de la producción de valor y en el ciclo simbólico de organización de las diferencias”. (García Canclini, 2011, pp.7).
Además de la posibilidad de esta “sistematización” de la cultura, otro de los factores que de alguna manera llevó a la cultura a encontrar este valor funcional fue el cambio de paradigma aunado al sistema económico neoliberal, en el cual, gran parte de los servicios de asistencia social que antes eran en parte subsidiados por los gobiernos –por ejemplo, salud, electricidad, agua– pasaron a manos de la iniciativa privada. Paradójicamente, esta expansión del papel de la cultura se debe, en parte, a la reducción de la subvención directa de todos los servicios sociales por parte de los Estado, incluida la misma cultura (Yudice, 2002).
Así pues, la cultura en los últimos años, tanto en estudios académicos, como en la práctica se ha convertido en un factor, mencionado en diferentes ámbitos –político, social, económico– importante para el desarrollo de los pueblos y las personas.
En la actualidad es más que sencillo encontrar declaraciones que echan mano del arte y la cultura como recurso, ya sea para mejorar las condiciones sociales, como sucede en la creación de la tolerancia multicultural y en la participación cívica a través de la defensa de la ciudadanía cultural y de los derechos culturales por organizaciones similares a la UNESCO, o para estimular el crecimiento económico mediante proyectos de desarrollo cultural urbano, como la concomitante proliferación de museos cuyo fin es el turismo cultural. (Yudice. 2002).
En el mismo orden de ideas, en su declaración universal, sobre la diversidad cultural, la UNESCO otorga a la cultura una función de utilidad en cuanto al desarrollo del ser humano. En su artículo tercero, la mencionada declaración dice que “la diversidad cultural amplía las posibilidades de elección que se brindan a todos; es una de las fuentes del desarrollo, entendido no solamente en términos de crecimiento económico, sino también como medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria”. (UNESCO, 2001).
Después de lo anterior expuesto, se puede enmarcar a la cultura en una de sus concepciones más amplias: Como el conjunto de rasgos distintivos, tradiciones, creencias, acciones, creaciones cotidianas y artísticas y el sistema de valores de una sociedad. Los cuales se transmiten históricamente y tienen una carga de valor simbólico dentro de su misma estructura social. Además de ser a través de su gestión, un recurso para el desarrollo humano, social y económico.
El cine documental
A pesar de que los orígenes del documental se encuentran en los orígenes mismos del cine, los estudios teóricos, académicos de dicha cinematografía empezaron a cobrar relevancia en la segunda mitad del siglo XX. La visión y definición del cine documental, ya sea en la práctica o desde la teoría, han ido cambiando a lo largo de los años. La redefinición del documental es necesariamente un proceso en marcha, pues cada década ha aportado conmociones sociales que pedían documentación e innovación de la tecnología de los medios. (Barnow, E. 1998). Es la del documental entonces, una definición en constante construcción. La estrecha relación entre el documental y las sociedades ha hecho que, a partir de los cambios sociales, culturales y los avances tecnológicos, el significado de lo que es el cine documental se vaya reconstruyendo continuamente.
El término “documental” fue introducido por John Grierson en 1926, en una crónica sobre Moana, el segundo filme de Flaherty (Campo, J. 2017). La palabra documental apareció en inglés con regularidad en los años treinta, y se usaba para designar películas de no ficción de un orden “más elevado”. Grierson elevó al documental a un estatus más allá de la amplia categoría de la no ficción, basándose en las “formas creativas” del “material natural” que usa el documentalista y sostuvo que de hecho el documental es una forma de arte más allá del simple hecho mecánico de registrar un pedazo de realidad (Plantinga, C. 2009).
El concepto clave en la definición de Grierson es el de posicionar al documental como el tratamiento creativo de la realidad, idea que continúo usando en sus textos, y una de las ideas que de alguna forma permanece de aquellas primeras definiciones del documental hasta estos días. En un artículo para la revista Cinema Quarterly –revista para la cual escribía con regularidad– en el que hablaba del papel del productor en el cine documental Grierson escribió:
El documental o el tratamiento creativo de la realidad, es un nuevo arte sin antecedentes en la historia… La teoría es importante, experimentar es importante y cada desarrollo de la técnica o el dominio de un tema va a ser rápidamente criticado. En este sentido el productor debe de ser un teórico: enseñar, crear un estilo y estamparlo, en mayor o menor medida, en toda la obra de la cual es responsable. (Grierson J. 1933, pp. 7).
Por su parte Plantinga difiere un poco de la idea de documental de Grierson y argumenta que los documentales no son una representación, sino un discurso sobre la realidad. El creador de documental no reproduce lo real, toma una postura y dice algo sobre esa realidad.
En cualquier caso y en cualquiera de sus acepciones, los géneros cinematográficos, entre ellos el documental, “son mecanismos culturales que facilitan el conocimiento previo de la obra que el espectador escoge para su deleite” (Rodríguez, 2002. Citado en Soto, J. 2017, pp. 39). El público al ver y entender la naturaleza de un documental establece entre él y la película o incluso con el realizador de esta, que lo que está viendo debe entenderse no como la realidad misma, sino como una representación o un discurso de esta realidad –de la porción o tema de realidad que aborda– aunque los mecanismos y formas que se utilicen funcionen para crear una representación extremadamente creíble de la realidad, sea compartida o no (Soto, J. 2017).
Cabe señalar que dentro de la evolución y las diferentes formas del documental contemporáneo caben una gran cantidad de productos cinematográficos, audiovisuales, digitales, multimedia. La discusión de la definición de cine documental también gira en torno a estas formas, pero más allá de tratar de englobarlas a todas en una definición, parece más conveniente para este texto pasarlas por alto y poner el foco en los propósitos del cine documental –se profundizará en algunos de ellos en los siguientes puntos–, en cualquiera de sus convenciones.
El cine documental nos muestra aspectos específicos de las sociedades, puede englobar lo disperso, darles unidad a elementos separados de fenómenos sociales, se permite abordar temáticas de cualquier tipo, desde muy incomodos como el abuso sexual por parte de miembros de la iglesia católica o muy personales como el insomnio de una sola persona, hasta las más generales y representativas de una sociedad o de toda la humanidad incluso, como la concepción de dios. También permite traer temas a la discusión pública, ampliar el conocimiento sobre estos, confrontar puntos de vista, profundizar o generar una crítica. (Díaz, A. y Ovalle, L. 2014). Además de ser un reflejo de la sociedad, puede ser un promotor de la cultura y las artes, protector del patrimonio cultural tangible e intangible de los pueblos, una herramienta para la conservación de la memoria y la creación de identidad.
A partir de esto se podría definir al cine documental como una postura sobre un fragmento de realidad que se representa cinematográficamente con el fin de dar a conocer o reconocer esa realidad y la postura que se toma sobre ella, para que pueda ser entendida y discutida por los demás.
La cultura y el cine documental
Después de establecer el concepto de cultura y hacer un acercamiento a lo qué es el cine documental, su relación queda en manifiesto. La relación y hasta cierto punto dependencia del documental con los fenómenos socioculturales es evidente. El alimento y alma de las películas documentales es la cultura misma, así como ella el documental se nutre y se debe a la naturaleza y a la condición humana, al ser y quehacer de las personas en solitario, pero sobre todo en sociedad. Los sistemas de valores, estructuras sociales y el accionar social que en parte conforman una cultura y que se analizan desde estudios culturales, también son “estudiados” desde su perspectiva y con sus formas por el cine documental, con la intención de influir en la sociedad.
Así pues, el cine documental tiene en sus alcances cierta aproximación con la ya mencionada función social de la cultura. Bill Nichols (1997) menciona que el documental tiene similitud con la ciencia, la economía, la política, asuntos exteriores, educación, religión, bienestar social, –con las culturas– todos estos sistemas, incluido en cierta medida el cine documental, dan por sentado que tienen poder instrumental; pueden y deben alterar el propio mundo, pueden ejercer acciones y acarrear consecuencias.
Por lo tanto, son diversos los ámbitos en los que podemos mencionar, la relación directa del cine documental con los estudios y conceptos que rodean la cultura, a continuación, se exponen algunos de los más relevantes.
El cine documental como producto / bien cultural.
Es a partir de la segunda mitad del siglo XX, con la industrialización de los procesos simbólicos, cuando la investigación, desde la sociología y luego desde la economía, dieron cuenta de los vínculos entre los procesos culturales y el desarrollo de los países. La cultura empezó a tener un lugar reconocido en el ciclo económico de la producción de valor y en los ciclos simbólicos de los grupos sociales. (Canclini, N. 2011).
“Los productos culturales tienen valores de uso y de cambio, contribuyen a la reproducción de la sociedad y a veces a la expansión del capital, pero en ellos los valores simbólicos prevalecen sobre los utilitarios y mercantiles” (Canclini, N. 2006). Si hiciéramos el ejercicio de en esta descripción sustituir las palabras “productos culturales” por la palabra “documentales” se tendría una imagen clara de cómo el cine documental funciona en México y un perfecto entendimiento de cómo de acuerdo con esta descripción las películas documentales son productos culturales.
Así, en todas sus modalidades y formatos de producción, el cine documental existe con esta clara dicotomía del producto cultural, en la cual tiene un valor comercial, tiene un costo de producción y en algunos casos una búsqueda de retorno de inversión, entrando con esto a la dinámica del capital y por otro lado tiene un valor de uso que dependiendo el tipo de documental, tiene mayor peso que el comercial, por ejemplo el documental social o el documental de protesta. Es en términos de Bourdieu (1979), una forma objetivada de la cultura que se puede adquirir, consumir y transmitir en su materialidad ya sea de manera física o digital. Tiene un valor simbólico muchas veces obtenido desde su creación por la situación o comunidad que retrata, muchas otras por la apropiación que el público, que los consumidores le dan a una película. Reafirmando con esto su valor de bien cultural, García Canclini (2006, pp. 89) define el consumo cultural como “el conjunto de procesos de apropiación y usos de productos en los que el valor simbólico prevalece sobre los valores de uso y de cambio o donde al menos estos últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica”. En su gran mayoría –para bien o para mal– en el cine documental mexicano prevalece el valor simbólico por sobre el valor económico. Son contados los casos en los que una película documental mexicana ha sido relativamente exitosa comercialmente.
El cine documental como parte de una industria cultural.
Desde que se empezó a medir el impacto económico de la cultura, la industria de medios audiovisuales en México de la cual el cine documental forma parte es la más prolífica en el sentido económico y podría debatirse, gracias a su alcance en el sentido cultural.
Martín Barbero (1995) menciona refiriéndose a los medios de comunicación, entre ellos –y sobre todo– los audiovisuales, que no son solamente un “fenómeno comercial, no son un puro fenómeno de manipulación ideológica, son un fenómeno antropológico, son un fenómeno cultural a través del cual la gente, mucha gente, cada vez más gente, vive la constitución del sentido de su vida”. Y continúa comentando que, y en este punto el cine documental se articula perfectamente como veremos más adelante, a través de estos medios la gente obtiene “comprensión del mundo del arte, la comprensión del sentido de la muerte, de la enfermedad, de la juventud, de la belleza, de la felicidad, del dolor, etc.” (Barbero, M. 1995).
Para dejar clara la importancia de tener un sector audiovisual y de producción de cine documental sano –autosustentable y generador continuo de bienes económicos, simbólicos y sociales– mencionaremos dos ámbitos, por un lado, están los factores económicos, la generación de riqueza del sector audiovisual productivo y por otro la generación de simbolismos, identidad y representación social que aporta el cine documental.
A estas alturas, son bien conocidos los beneficios económicos que un sector cultural sano –y dentro de este el audiovisual– trae a una región o nación. Del 3.1% del PIB que genera la cultura en el México, las ideas, creatividad y la mano de obra para generar los productos culturales que conforman los medios audiovisuales, los cuales incluyen cine, internet, radio, televisión, videojuegos, propiedad intelectual, comercio y gestión pública relacionada, representaron 36.9%.
Dentro del sector cinematográfico, el documental ha ido poco a poco ganando terreno en México y aunque todavía está muy lejos de la ficción en el ámbito económico –desigualdad que se tiene que equilibrar a favor de la proliferación del mismo cine documental, pues aunque el valor específicamente cultural y el valor comercial de los bienes simbólicos permanecen relativamente independientes, la sanción económica puede llegar a reforzar su consagración cultural (Bordieu, P. 1993)– los valores de uso y simbólicos que en términos generales posee el documental, tienen mayor relevancia en las sociedades mexicanas.
El cine documental como reflejo de las sociedades
El cine documental inició como una búsqueda de retratar las condiciones sociales de diferentes culturas, en un principio culturas ajenas y “lejanas”, pensemos en las ya mencionadas “Nanook” y “Moana”, pero muy pronto la mirada ya no fue lejana y se empezó a retratar la realidad cercana.
Prácticamente desde sus inicios el documental se ha preocupado por retratar la realidad de condiciones, situaciones y de los eventos sociales o políticos. Desde 1920, los documentalistas han tratado de dramatizar el conflicto social en la pantalla. Creadores como Dziga Vertov, Joris Ivens y los Trabajadores de la liga del filme y la foto, entendieron el poder que tiene la imagen en el apoyo a las luchas sociales (Renov, M. 2005).
El cine documental es una cinematografía que se caracteriza por ser políticamente comprometida, que a lo largo de su historia se ha preocupado por ser un espejo de diferentes realidades sociales, sobre todo –y de ahí parte de su trascendencia– de aquellas realidades ausentes, marginales, silenciadas. Es un cine enraizado en lo popular, que se establece del lado de los más desfavorecidos (Bello, M. 2018), le da voz a los que no la tienen y está cargado de compromiso social, hace visibles realidades “invisibles”, aquellas fuera de las culturas hegemónicas, sin olvidarse totalmente de estas.
Debido precisamente a que el documental retrata situaciones reales, personas de carne y hueso, vidas existentes públicas o privadas, a la interpretación de la realidad, es que se han desarrollado alrededor de este cine algunos debates sobre la objetividad de la no ficción al momento de representar o no fidedignamente esta realidad. Pero el cine documental no necesariamente intenta dar a conocer una realidad objetiva, ni ser dueño de la verdad. El cine documental refleja solo partes de la realidad desde el punto de vista y bajo la explicación de sus creadores. El documentalista es un explorador emocional, un realizador que une ciertos acontecimientos y les da un orden que bajo su prisma tienen una lógica” (Fuente-Alba, F. y Basulto, O. 2018) y que a través de ellos plantea una postura de una manera performativa.
Es decir, las imágenes, la yuxtaposición de estas y de los demás elementos narrativos que el creador de documental utiliza para contar una historia sobre una parte específica de la realidad, no solo registran y presentan esta realidad, también desarrollan un discurso audiovisual y plantean su postura sobre ella.
El documental no busca registrar y presentar de una manera objetiva realidades sociales en busca de la verdad, “quién sólo acumula datos veristas jamás podrá mostrarnos la realidad no visible que veían Cervantes o Kafka, y que es tan real como un árbol” (Ruffinelli, J. 2008 citado en Fuente-Alba, F. y Basulto, O. 2018). La manera del documental de reflejar la realidad social es delimitando, observándola, interpretándola y “traduciéndola” para que esos pedazos de realidad, que no son visibles para la gran mayoría, pero que en el cine documental consiguen consciencia y relevancia (Fuente-Alba, F. y Basulto, O. 2018) llegue al mayor público posible y este pueda conocer o reconocerse a través de la pantalla.
El cine documental como herramienta de construcción de la memoria e identidad.
El cine documental al ser una producción cultural –como ya se mencionó– reflejo de las sociedades, un “texto” sometido al mundo de los hechos y las ideas (Acuña, L. 2009) es una herramienta menos que perfecta, con cualidades y sustento para la construcción de la memoria –tanto colectiva como individual– y la identidad social. Si entendemos la memoria colectiva como aquella que recompone el pasado y cuyos recuerdos se remiten a la experiencia que una comunidad o un grupo pueden legar a un individuo o grupos de individuos, el cine documental es un puente idóneo para su transmisión y por lo tanto conservación. Este tipo de cine debe ser entendido como algo que nos lleva a construir, recordar y reconstruir permanentemente la realidad social. Es una propuesta de autor frente a una determinada realidad, que inspira reconstrucciones individuales de cada uno de sus espectadores, pudiendo también llegar a configurar una realidad social, por tanto, colectiva. (Fuente-Alba, F. y Basulto, O. 2018).
El cine documental puede ser considerado “como uno de los recursos de la memoria, pues a través de técnicas fílmicas, se da cuenta de épocas, se repasan sociedades y pensamientos”. (Díaz, A. y Ovalle, L. 2014, p. 282).
El documental registra, analiza, reconstruye, reinterpreta y muestra –además de resguardar– hechos del pasado que abonan a la edificación de la memoria colectiva de una sociedad y por lo tanto a su identidad, entendiendo a la memoria como un factor determinante en la formación de la identidad, tanto individual como colectiva. Así mismo el documental que retrata hechos actuales o continuos los resguarda para la creación de memorias futuras. Trabaja sobre épocas y lugares específicos, en sociedades definidas y parte de su valor radica en los alcances que tienen, tiene la forma de comunicar a las personas sobre temas que posiblemente no estén en la agenda de la “historia oficial” o que simplemente no se quieren tocar por incomodos (Díaz, A. y Ovalle, L. 2014), esto amplía los límites de la identidad de una sociedad, ya que esta se construye sobre la mirada a diferentes realidades culturales y no solo sobre la dominante.
El cine documental como promotor de las artes, la cultura y el patrimonio
El documental, además de ser en si una forma de arte, desde sus inicios y por su misma naturaleza de registrar, interpretar y mostrar realidades, ha estado ligado a la conservación y promoción de la cultura en sus diferentes acepciones, a la cultura como estas estructuras sociales con características particulares y diferenciadoras, las formas en las que los individuos y comunidades viven y se desarrollan. Pero también a la “cultura culta”, las artes, las culturas populares y al patrimonio cultural. Existen una gran cantidad de documentales de arte y artistas, que desde diferentes ópticas abordan estos temas. Pensemos como, por ejemplo, el documental sobre la cultura musical o gastronómica son considerados en sí mismos como subgéneros del cine documental, de los cuales existen festivales especializados o secciones en muchos de los festivales de cine más reconocidos alrededor del planeta. “El cine es un importantísimo instrumento de reformulación, desarrollo en todos los órdenes y difusión en todos los ámbitos de la sociedad…esto adquiere importancia no sólo por su significado sociocultural y económico, sino por su lugar clave como impulsor del desarrollo y de los intercambios multiculturales” (Torres, P. s.f.).
Otro ejemplo es el uso, cada vez es más frecuente, de la producción de material audiovisual documental en el estudio de las ciencias sociales, tanto como herramienta de investigación y registro, como para difusión de resultados. Este material documental de carácter sociocultural, etnográfico o antropológico es en sí mismo un preservador de la cultura que registra y un promotor de la misma, en mayor o menor medida, en la forma y capacidad de su difusión.
Conclusiones
Como ya se expuso el cine documental tiene sin duda una relación íntima con la cultura, es parte de ella, en términos prácticos, simbólicos y económicos, el documental está hecho de, por y para la cultura.
El cine documental destrama las realidades de la sociedad, las interpreta para revelar temas importantes, plantear posturas y las presenta en forma dramática. Pueden parecer ensayos, pero es arte. Además, tiene una naturaleza política y de protesta, un eminente compromiso social, le da voz, muchas veces a los menos escuchados y pone sobre la palestra temas de urgencia social. Este cine es cada vez más fuerte en México, cada día hay más producción y tiene más representación en salas nacionales y en el extranjero. En un país tan complejo como el nuestro, con tanta diversidad, injusticias y problemas sociales, ¿cómo una herramienta tan bella como el documental no va a tener un peso específico tan importante?
La importancia de entender al cine documental como una parte importante de la cultura, radica en los apoyos que a partir de ahí este cine puede tener. Si entendemos al cine documental como una manera de vernos, de representarnos y analizarnos, un espejo de nosotros mismos, crearemos la necesidad de ver y por lo tanto producir más cine documental. Una sociedad productora y consumidora de cine documental, habla de una sociedad que se mira a sí misma, se autoanaliza, se discute a su interior para presentarse y representarse ante los otros, a la vez que conserva su cultura, crea su memoria y preserva sus historias.
Ettore Scola alguna vez dijo que el cine es un espejo pintado, se podría decir que el cine documental además de pintado es un espejo de aumento, armado a mano y que nos permite ver de cerca partes específicas de lo que somos como personas, de lo que es una sociedad, una cultura, una especie.
Referencias
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